La estigmatización del mapuche y la creación del enemigo interno.

Martín Correa C.[1]

enemigo interno

Hace ya unas semanas habló nuevamente el Premio Nacional de Historia, Sergio Villalobos. Sin embargo, y aunque haya levantado polvareda, no dijo ni hizo nada nuevo. Más allá de sus palabras  sobre el mapuche  y sus “defectos ancestrales”,  “que vivía relajadamente y entregado al alcohol”, lo grave del asunto es que busca -y a veces (aunque cada vez menos) lo logra- instalar en parte de la sociedad chilena la presencia de un enemigo interno, que hay que combatir y extirpar, que se niega a integrarse a la ‘civilización’, todos pasos previos a la persecución y a la represión, para poner ‘las cosas en su lugar’, para el triunfo sobre la ‘barbarie’.

Lo grave es que sus conceptos caen en parte de la sociedad chilena que desconoce la existencia y vivir diario de un pueblo distinto al chileno, con idioma distinto, religión distinta, autoridades distintas, cosmovisión distinta y forma de relacionarse con la tierra distinta. Un pueblo distinto. Ahí, esa parte de la sociedad chilena, es un caldo de cultivo para el discurso de Villalobos. Desde niños estudian con la Historia de Chile de Villalobos, de grandes escuchan y leen sus diatribas. Peor aún, quien dice esas palabras lo hace con el halo de superioridad que le da el ser Premio Nacional de Historia.

Sin embargo, a no engañarse. No es primera vez que lo hace, y de seguro no será la última. A mediados de la década de 1990, con la construcción de la Central Ralco en el territorio pehuenche, el ex Presidente Frei tenía en sus manos el poder político y el poder económico, pero le faltaba el poder moral, la legitimidad para inundar tierras mapuches, y es ahí cuando ‘presta sus servicios’ el recién nombrado (en 1992) Premio Nacional de Historia Sergio Villalobos. Ante la oposición de las familias pehuenches a la construcción de la megacentral en sus tierras, señala que éstos no son pehuenches, y que no tienen comprensión de lo que está pasando. Actúan por impulso porque hay intereses políticos detrás. Ellos se basan en sus tradiciones orales pero no hay un trabajo científico y metodológico que permita sustentar lo que dicen”. Los pehuenches son desalojados de sus tierras ancestrales, su territorio inundado, la sociedad chilena no se escandaliza, la estigmatización ha dado resultado.

Luego, en el mes de agosto de 2012, y cuando se discutía el reconocimiento constitucional del pueblo mapuche, entre otros pueblos indígenas, Villalobos vociferaba: «Lo hallo absurdo, ¡porque son chilenos igual que todos!»,  para concluir señalando que todo era un problema creado por «el Partido Comunista, las tendencias de extrema izquierda, el populismo, los antropólogos, los políticos y los periodistas, que son fabricantes de noticias truculentas». Sobran los comentarios. Las campañas del terror son de sobra conocidas.

Ahora bien, el ejercicio de la estigmatización del mapuche si ya no es nuevo en Villalobos, menos lo es en la historia de Chile.  Ya lo hizo Benjamín Vicuña Mackenna, quien en el año 1868 y desde su sitial de diputado, para esconder las atrocidades de la Ocupación Militar de la Araucanía y legitimar el despojo territorial bajo el disfraz de la ‘Pacificación’, aseguraba que el habitante ancestral era “Un bruto indomable, enemigo de la civilización, porque solo adora los vicios en que vive sumergido, la ociosidad, la embriaguez, la traición y todo ese conjunto de abominaciones que constituyen la vida salvaje.”

Qué lejos estaba de la imagen del primer escudo patrio, en que se ven 2 mapuches, lanzas en ristre, orgullo de la resistencia ante el invasor español; que cerca está, en cambio, de las actuales palabras de Villalobos.

También como parte de la estrategia de estigmatización, en aquellos tiempos las editoriales de El Mercurio planteaban ideas calcadas a las que se exponen en la actualidad: «la razón de someter y exterminar a los indígenas, proviene del provecho y conveniencia pública que resultaría el apoderarse de los vastos y ricos territorios de la Araucanía, que tiene excelentes maderas de construcción, hermosos ríos navegables e inmensas y fértiles campiñas.» (24 de mayo de 1859)

Acto seguido, como hoy, venía la ‘campaña del terror. A través de un cuidadoso trabajo mediático, la prensa entregaba la imagen de un territorio acechado por vándalos, ultrajado una y otra vez por los ‘salvajes’, los enemigos internos’, y de los que eran víctimas campesinos y hacendados laboriosos y honrados, entregados a su suerte. El objetivo era infundir temor, difundir el terror, el sentimiento antimapuche:

“[Se ha] corrido el rumor de que una grande invasión de salvajes araucanos caía sobre la Plaza de Arauco. Las familias avecindadas en aquel departamento, abandonando sus hogares, los dueños de haciendas, los agricultores, tratando de proteger el producto de sus afanes, contra la voraz rapiña de los bárbaros; todos emigrando espantados buscaban el refugio y su salvación, atravesando el Bio Bio, para esparcirse por toda la República.” (El Correo del Sur, 10 de Noviembre de 1859)

“Los bárbaros de Arauco: Han vuelto otra vez los indios a comenzar sus depredaciones en los pueblos de la frontera. La provincia de Arauco es nuevamente amenazada por estos bárbaros y la inquietud y la alarma se han extendido en las poblaciones del sur.” (El Mercurio, 1 de Noviembre de 1860)

Infundido el terror ante la vecindad del bárbaro depredador y la necesidad de integrar el territorio a la soberanía de Chile, viene el paso siguiente:

“… dotar a nuestra frontera de la fuerza necesaria para imponer respeto a los indios y castigar sus tropelías y atrocidades… pues sólo con la fuerza pueden ser reducidos a la oposición y nunca soportarán libremente el yugo suave de la civilización.”

Todo ello, supuestamente, para el beneficio de la ‘nación toda’, subterfugio que en la actualidad se esconde bajo la máscara del ‘Proyecto País’, que no es más que crear las condiciones para la expansión de la colonización y de la oligarquía local, en ese entonces, y de las empresas transnacionales y el latifundio, hoy.

Poco más de un siglo después, la situación se repite. En los días previos al golpe militar, el 8 de agosto de 1973, el Diario Austral de Temuco titulaba:

“Amenaza de tomas en Cautín hace MCR. Una nueva escalada de de tomas tiene planeado el Movimiento Campesino Revolucionario, filial agraria del MIR, que ya ha cumplido en los años 1971 y 1972 una impune y desquiciada acción en la actividad agrícola en Cautín”.

Cumplido el objetivo golpista, el 1 de febrero de 1974, el mismo periódico, propiedad de la cadena El Mercurio, señalaba en sus páginas

“Junta Militar cumple: la tierra vuelve a poder de sus dueños. Ustedes saben el castigo que tienen quienes toman, roban o usurpan. Perfectamente podríamos haber venido acompañados de un pelotón oficial o de militares para echarlos a la calle. Sin embargo, hemos preferido el diálogo y el arreglo a la buena, conscientes de que ustedes como nosotros desean un mismo fin, cual es el progreso y la recuperación del país”.

Aquello se leía mientras la persecución, la muerte y la represión en el territorio mapuche era pan de cada día.

Ya con el fin de la dictadura, y cuando las organizaciones y comunidades mapuche deciden iniciar el proceso de recuperación de las tierras que les fueron usurpadas, en la portada del Diario La Segunda del 30 de Marzo de 1999, con grandes letras y a color, se lee: “CAMPO EXTREMISTA EN NAHUELBUTA. Carabineros de Malleco y Arauco trabajan para su desarticulación”. Dos semanas después, el 13 de Abril, en la penúltima página y en un recuadro mínimo, se señala, en el mismo diario: “Carabineros descarta presencia terrorista en Traiguén”. Ya se había dado la voz de alerta, ya se había integrado al subconsciente. El terror ya había sido sembrado, y la represión a las comunidades mapuche legitimada.

Años después, será el entonces Ministro Secretario General de la Presidencia José Antonio Viera Gallo, quien ante el alevoso asesinato por la espalda del joven mapuche Jaime Mendoza Collío por parte de carabineros, señale a El Mercurio el 14 de Agosto de 2009 “Si el carabinero no hubiera ido con todo el uniforme que le corresponde, podría haber muerto”, ya que había actuado en defensa propia frente al ataque del comunero mapuche muerto. Dicha situación fue desmentida días después por la propia Policía de Investigaciones (PDI), al establecer que los impactos encontrados en el chaleco antibalas del cabo Miguel Jara fueron disparados a 1 metro de distancia, de arriba hacia abajo y sobre una superficie de cemento, es decir, no en el campo, es decir, en la propia Comisaría de Carabineros. Jamás se escuchó aclaración alguna de parte del gobierno, ya se había instalado la idea del ‘mapuche terrorista’, ya había sido sentenciado por los medios sociales y las autoridades de turno.

Hoy, las palabras de Villalobos se insertan en un nuevo contexto, pero el objetivo sigue siendo el mismo: quitar credibilidad al mapuche y crear las condiciones subjetivas para que la sociedad chilena crea necesario y legítimo castigarlo. Ejemplos, nuevamente, hay por montones.

La prensa y el gobierno central, previo al actuar del tribunal, declararon la culpabilidad del machi Celestino Córdova, en un juicio plagado de irregularidades y en el que la defensa del machi ha señalado, contundentemente, que “no existen pruebas, solo indicios,  y que se ha dedicado todos los esfuerzos a castigar más que a investigar y a esclarecer los hechos. Los peritajes no determinaron su participación: no hay ADN que lo sitúe en la casa de los Luchsinger-Mackay; sus ropas no tenían residuos de hidrocarburos; tampoco se probó que la bala que lo hirió haya sido disparada por Werner Luchsinger; fue detenido a 2.400 metros del lugar de los hechos y no se encontraron restos de su sangre ni huellas de su calzado.

Por estos días también se verá en tribunales nuevamente el juicio al werken de la comunidad Wente Winkull Mapu, Daniel Melinao, imputado por la muerte del sargento de Carabineros, Hugo Albornoz, en un allanamiento realizado en su comunidad, y absuelto por el Tribunal Oral en Lo Penal de Angol, declarando su inocencia después de estar recluido casi un año en la cárcel de Angol. Las pruebas son contradictorias y hablan de la ausencia de Melinao en el lugar de los hechos y de que el carabinero recibió un impacto de bala de sus propios compañeros de armas, de ‘fuego amigo’. Por su parte, el fiscal a cargo de la investigación, Luis Chamorro, carga tras de sí 9 denuncias y solicitudes de inhabilidad presentadas por la Defensoría Regional, por ausencia de objetividad y falta de probidad en las investigaciones en contra de mapuches, múltiples denuncias por su participación en violentos allanamientos en las comunidades, e incluso el que al momento de postular a Fiscal Jefe de la Araucanía no sacó ningún voto, de 15, entre sus propios pares de la Corte de Apelaciones de Temuco. Todo aquello no importa, la persecución al dirigente mapuche debe concluir con éste en la cárcel, por ser mapuche.

Finalmente, hace unos días la Comunidad Autónoma de Temucuicui denunció el engaño del que fue objeto por el gobierno de Piñera y los funcionarios de CONADI, al aplazar una y otra vez el compromiso de compra de los predios que pertenecieron a sus ‘antiguos’ y en los cuales realizan una recuperación productiva, hasta que las anteriores autoridades dejaron sus cargos, sin cumplir con su palabra. Ante ello, los mapuche ingresaron a los predios exigiendo la devolución de las tierras ancestrales, la desmilitarización del territorio, y levantando casas en las tierras demandadas.

En este contexto se insertan las palabras de Villalobos. Su objetivo es, por lo tanto doble: el primero, el mismo de siempre: deslegitimar la demanda territorial y política mapuche ante la sociedad chilena y estigmatizar a los ancestrales habitantes; el segundo, que se hable de él. El primero es continuidad con el pasado; el segundo, el que se hable de Villalobos, es sin duda alguna lo menos importante.

[1] Historiador, coautor de “La reforma agraria y las tierras mapuche” (LOM, 2005) y “Las razones del illkun/enojo. Memoria, criminalización y despojo en el territorio mapuche de Malleco” (LOM, 2010), Premio Mejor Obra Literaria 2011 del Consejo Nacional del Libro y la Cultura.

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